Vince in bonu malum



Cincuenta ingenieros de Fukushima permanecen en las instalaciones de la central nuclear, severamente dañada por el terremoto,  intentando controlar el desastre. Ya se han expuesto a niveles de radiactividad muy superiores a los tolerables para el cuerpo humano. El ser humano, sin embargo, tolera eso y mucho más. No tienen ninguna oportunidad de sobrevivir a los efectos letales de la radiación. Lo saben. Lo sabían cuando decidieron quedarse. Y siguen ahí.
Pronto se volverá a reescribir la frase de nunca tantos debieron tanto a tan pocos. Ojalá que lo consigan y que su sacrificio no sea en vano. El futuro es incierto para todos, menos para ellos. En la cuenta regresiva de sus horas contadas deberán lograr lo que parece improbable: controlar el proceso de fusión de un reactor atómico y detenerlo, o ralentizarlo, antes de que sea irreversible. De ello dependen las vidas de cientos de miles de personas y el que la zona se convierta en un devastado erial por cientos de años.
Desconocemos sus nombres y sus rostros. Visten un mono amarillo de plástico, una máscara y portan un tanque de oxígeno a la espalda. Parecieran así todos iguales, o un mismo hombre multiplicado en sí mismo varias decenas de veces, pero totalmente anónimo. Es en ese anonimato temporal en el que podemos ser uno con ese humano que nos representa en lo mejor que caracteriza a nuestra especie: la capacidad de sacrificarse por los demás, que no es sino una versión sublime del amor.
Hace falta más amor que valentía para ofrecer la vida por uno, varios, muchos, miles de desconocidos. Y este acto de amor, de generosidad extrema y de sacrificio máximo, nos recuerda que en un mundo saturado de egoísmo, abuso, corrupción, degradación… la esencia del ser humano aparece y triunfa venciendo al mal con el bien. Vince in bono malum es el lema de una de mis “alma mater”. No importa si el mal surge, como ahora,  de la naturaleza, o en otras partes del  planeta de las acciones desviadas de algunos. El bien de unos pocos vence. Siempre vence.
El heroísmo cada vez tiene menos que ver con la mitología y las gestas épicas o las grandes batallas. Nace diariamente y germina incluso en los pequeños actos de la vida cotidiana. Nada tiene que ver con razas, culturas o religiones. Está dentro del hombre, dentro de la mujer, del joven y el anciano, esperando aflorar. Como está sucediendo ahora.
Ya dijo Edmund Burke que para permitir que el mal triunfe sólo hay que dejar que los buenos no hagan nada. Y a lo mejor, no sólo en México, sino en el mundo entero, nos estábamos acostumbrando a dejarnos, a aceptar lo inadmisible como irremediable. A ver, oír y callar ante la injusticia, la degradación, la impunidad… para no salir heridos. ¡Qué digo heridos! Ni siquiera manchados, salpicados. Y entonces el mundo tiembla, se estremece y el hombre, con dolores de parto, vuelve a nacer. Hoy, los buenos, están trabajando en Fukushima.

Kol hamekayem nefesh ahat, keilu mekayem Olam male
Quien salva una vida, salva a la humanidad entera

Que Dios los bendiga a ellos y a todo el pueblo hermano de Japón y que nunca olvidemos su ejemplo.

  1. #1 por Jose Maria el 07/05/2011 - 5:53 pm

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